lunes, 10 de diciembre de 2012

ÉL...



Ahí lo vi, sentado o más bien tumbado en la cama, con la mirada agonizante, pensando que la vida termina su trascurso en este fin tan frívolo.
 
Miraba repetidamente cómo pasaba más rápido que el tiempo las cuatro vidas. La que más temía era la vida fría y blanca; aquélla que siempre aparecía al final de cada trescientos sesenta y cinco días.
 
Contemplaba la soledad que anidaba en aquella habitación y cómo añoraba poder irse de allí.
 
La tristeza inundaba sus recuerdos. Sus ojos parecían un mar de llantos. Su cuerpo inerte yacía casi sin vida del desánimo que trasmitía.
 
Pasaban ya más de dos vidas y, recitando sus versos diarios, con el último aliento dijo adiós a su vida triste, para empezar una nueva donde no tendría dolor alguno, ni tristezas, ni llantos; y donde podría recorrer el mundo sin riesgo alguno.

MARÍA BELINCHÓN
3ºB