El arte ardía junto a la cultura. Las historias crepitaban, ya fueran romances o tragedias. Se desvanecían los recuerdos y el amor a lo imposible, a lo inalcanzable, a algo tan transparente y a la vez tan visible.
La biblioteca en llamas; el hogar de todo soñador sin fuerza ni valor para sostener una espada, pero toda una mente y, sobre todo, todo un corazón para sostener un libro.
Me resguardé de aquella bocanada tras la estantería de poemas, en el segundo piso de aquel prodigioso edificio. Contemplé con temor y, a la vez, con melancolía, cómo se esfumaba todo el talento que había ocupado mi vida, toda inspiración , todo compañero de noches frías y solitarias. Adiós a Sakespeare y a su sueño soñado Una noche de verano; adiós a Stepheh King y a su Cúpula.
El fuego no cesaba de acuchillar cada una de las páginas de aquellas obras como si tan sólo fueran papel y tinta; como si sólo se tratasen de cuerpos sin vida, sin sentimientos, sin finalidad.
La historia de un mundo moría ante mis ojos y yo tan sólo disponía de mi amor a la literatura, a cada defensor de sus ideas, a cada intrépido caballero y a cada valerosa dama que luchaba por mantener vivo algo tan insustituible como es el arte.
Acaricié por última vez el libro que oprimía entre mis brazos; lo acaricié con pasión pero con delicadeza, entregando mi existencia a todas sus páginas. Era un libro de poemas, mi favorito, de escritora anónima, pero francesa. Algo siempre me dijo que su escritora era una parisina poco usual, dolida, de esas que, mientras caminan, el viento agita su melena dorada; de las que encuentran la inspiración tomando un té bajo la Torre Eiffel, solitaria, de esas que observan a las parejas de enamorados y no se dan por vencidas.
Una lágrima de impotencia resbaló por mi mejilla, llevándose a su paso mi rímel negro, ahogando mis pestañas en gritos y en llanto, en mil y una pesadillas.
Mi corazón se desvaneció con el humo; mi vida exhaló un suspiro de valentía, y mi amor a lo imposible, a lo inalcanzable, perduró para siempre sobre el suelo de aquel palacio de novelistas frustrados, olvidados por una inconsciente sociedad.
Beatrice González
3º ESO