¡SIGUES VIVA EN MÍ!
Siempre han dicho que las mejores personas se van las primeras; y yo con certeza lo puedo afirmar.
Hace ya casi cuatro años que nos dejaste. Todavía no entiendo el porqué llego ya tu hora. Pero bueno, todo en esta vida ha de suceder.
No me atrevo a hablar de esto con nadie, pues fuerzas no tengo. No soy capaz de nombrar tu nombre en público, pues vergüenza me da que me vean llorar...
Nunca te conocí en un estado bueno de salud, pero te conocí; no es poco. Pero aún así, cada día recuerdo tu bonita cara, tus ojos, tus manos, tu cuerpo... Y me doy cuenta de la falta que me hacías, la falta que me haces y la falta que me harás.
Con el tiempo y la edad, poco a poco vamos apreciando las cosas. A mí, a la edad en la que te perdí, no me dio tiempo a valorar el tiempo que estuviste entre nosotros. En parte me duele. Al tiempo que ha ido creciendo mi pena, ha ido aumentando mi cariño. A lo mejor es tarde, porque demostrártelo ya no puedo, pero marcha atrás no puedo dar.
En la familia, casi nunca hablamos de ti. No porque no te recordemos, sino porque todos acabamos llorando por igual. El que más te echa en falta es el abuelo, como ya habrás podido comprobar. Él te dio todo lo que pudo y te cuidó como a la mejor, pues te lo merecías. Desde el día - bueno, mejor dicho, noche - en que te fuiste, cada vez que veo al abuelo le doy un beso, porque cada día puede ser el último que lo pueda ver.
Eras mi alegría, mi felicidad y, muchas veces, mi tristeza por tu maldita enfermedad. Tú siempre has sido fuerte, valiente y resistente. Hasta el día en el que te empezaste a debilitar.
Yo nunca he tenido a nadie a quien idolatrar, pues ninguno me destaca. A la persona que más puedo adorar es a ti, por permanecer veinticinco años luchando contra el alzheimer. Una enfermedad que no se puede remediar. Pero me demostraste que se puede luchar si hay ganas y fuerza. Gracias a cada cosa que inconscientemente hacías, me ayudaste en mucho.
Por mucho tiempo que pase, siempre seguirás viva en mí.
Con el tiempo y la edad, poco a poco vamos apreciando las cosas. A mí, a la edad en la que te perdí, no me dio tiempo a valorar el tiempo que estuviste entre nosotros. En parte me duele. Al tiempo que ha ido creciendo mi pena, ha ido aumentando mi cariño. A lo mejor es tarde, porque demostrártelo ya no puedo, pero marcha atrás no puedo dar.
En la familia, casi nunca hablamos de ti. No porque no te recordemos, sino porque todos acabamos llorando por igual. El que más te echa en falta es el abuelo, como ya habrás podido comprobar. Él te dio todo lo que pudo y te cuidó como a la mejor, pues te lo merecías. Desde el día - bueno, mejor dicho, noche - en que te fuiste, cada vez que veo al abuelo le doy un beso, porque cada día puede ser el último que lo pueda ver.
Eras mi alegría, mi felicidad y, muchas veces, mi tristeza por tu maldita enfermedad. Tú siempre has sido fuerte, valiente y resistente. Hasta el día en el que te empezaste a debilitar.
Yo nunca he tenido a nadie a quien idolatrar, pues ninguno me destaca. A la persona que más puedo adorar es a ti, por permanecer veinticinco años luchando contra el alzheimer. Una enfermedad que no se puede remediar. Pero me demostraste que se puede luchar si hay ganas y fuerza. Gracias a cada cosa que inconscientemente hacías, me ayudaste en mucho.
Por mucho tiempo que pase, siempre seguirás viva en mí.
Eva del Saz. 3ºA
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