viernes, 24 de febrero de 2012

LA LUCHA CONMIGO MISMA

Estaba atardeciendo. Sobre el reloj sonaban las siete. Siete ilusiones, siete pesadillas y siete sueños rotos. Me encontraba sola en casa. Ya era algo habitual. Mamá viajaba mucho y papá siempre andaba perdido en alguna reunión de empresa. El reloj seguía sonando las siete. 

Por la ventana del baño entraba una acogedora luz naranja. Fuera hacía frío y los niños ya abandonaban las calles. Por un momento cerré los ojos; necesitaba tomar aire, que el mundo se parara por unos minutos. Me aparté de la ventana. Ahora estaba frente al espejo.

Algo en mí había cambiado y no sólo me refería a mi joven piel que ahora lucía pálida, con los pómulos tan marcados como siempre había deseado; ni tampoco a mi pelo, cada vez menos suave y más recortado. Algo había cambiado dentro de mí. No era feliz. No veía la realidad tal y como era.

Sonreí sin querer. Siempre, en cualquier momento, él aparecía en mis pensamientos con sus ojos tan simples pero dulces, y su bella y poco habitual sonrisa. Él había sido una de las razones de mi enfermedad; una de las mayores razones de mi locura.

Siempre lo veía por el pasillo del colegio con sus amigos. Sentía que no me veía. A veces, tenía la necesidad de acercarme a él y decirle: "¡Eh, hola! Tú no me conoces, pero llevo enamorada de ti desde que supe de tu existencia y sólo quería hacerte saber que yo también existo y llevo tres días sin comer para que me veas hermosa". Aun sonriendo, mis mejillas se empezaron a inundar. Yo lo llamaba 'la presión por ser perfecta'

Recordé las burlas de días atrás, las risas de compañeras que no se sabía si eran estudiantes o modelos, los 'estás como una vaca, asquerosa'. Era esa clase de bromas de las que todos se ríen a pesar de que a alguien le dejan profundas y dolorosas heridas.

Me escondía tras anchos pantalones. Cierto, el mundo me hacía daño, pero la que más daño se hacía era yo. Me había convertido en prisionera de mi propio reflejo. Golpeé el espejo, bajé a la cocina y abrí el frigorífico. Nada. Estaba perdida otra vez. Entre mis complejos e inseguridades. Y es que de jóvenes nos enseñan a amar, pero no a cómo parar de hacerlo. 
BEATRIZ GONZÁLEZ
3ºA

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